Ya casi dando vuelta la esquina de las vacaciones una combinación de rutas cuidadosamente elegida para evitar el ripio nos lleva de San Martín de los Andes a Bariloche. Marido, hijo, yo y no olvidar autitos y los "
amigos": Bubba, Lucas, perro, sapo y iaio. Todos desparramados en diferentes bolsos y valijas, menos iaio que a esta altura no entraba en ningún lado e hizo gran parte de los traslados a upa de su dueño. Además Iaio se lo merece porque es el más especial entre todos los amigos.
Llegamos a un Bariloche que nunca se enteró que ya arrancó el siglo XXI. El mismo pulover (porque se decía pulover) con guarda de trineos y muñecos de nieve del año del culo, los mismos hoteles que cuando fui de viaje de egresados en el 88 y un centro lleno de gente, de autos y de quilombo. Creo que hasta el San Bernardo con el que te sacaban la foto es el mismo, por Dios....a qué vienen los brasileros? en invierno te la entiendo, vienen a la nieve, pero en enero?? qué hacés acá? si querés ir al casino arrimate hasta el Conrad, ratón, que además te queda más cerca. Bueno, nada....hinchados las bolas, sería el viaje, la ruta, el cansancio, el hambre, el check in que no se podía hacer hasta las cuatro, qué hacemos? comamos. Lugar lindo (moderno, fundamental) con surtido de revistas y comida abundante. Hicimos base unas horas y partimos a instalarnos al que sería nuestro
hogar por los próximos cinco días. Sí. Violando mi propia máxima que reza "no pararás en lugares cuya página web esté formada por html en más de un 70%" le pagamos por adelantado a esos hijos de un vagón lleno de putas. Llegamos y el parque era un páramo, un matorral de plantas que hace años que nadie poda, entre canteros que nadie puntea y pasto que nadie corta. El desayuno no estaba incluido y la cabaña era la poronga más atómica que vi en mi vida: una escalera ideal para que tu hijo de 3 años tiente al destino, una alfombra azul, gastada y sucia que ni bien la vi pensé no te la piso descalza ni en pedo y la cocina en una especie de subsuelo. Ah, el dormitorio principal tenía dos camitas de una plaza. La recalcada concha de tu hermana Rupu Pehuen. Hace 25 años que no le ponés un mango al complejo, dueño sorete, que ladrón que sos.
Nos peleamos a muerte con la recepcionista, la gerente y quien se nos cruzara por delante. Nos ofrecieron cambiarnos a otra cabaña donde ni siquiera andaba la luz (un "spot" ochentoso, que sumado a la pared pintada de verde esmeralda quedaba más lindo que la mierda). En llamas, exigimos que nos devuelvan la plata y lo único que logramos fue un upgrade a una cabaña más grande, en buen estado y cómoda, pero donde igual dormíamos todos juntos porque la escalera era un peligro.
A las once de la noche, después de haber vivido todo esto y de parar en la Anónima a comprar provisiones, cocinar algo, devorarlo y bañarnos los tres se ve que en un repaso mental involuntario de las cosas que traíamos me acordé: Y Iaio? Habíamos bajado las valijas del auto y no lo vi. Desarmado algunas cosas y no lo vi. Con los otros amigos no estaba, con los autos tampoco, y ahí fue cuando le pregunté a mi marido (en voz bajita para que no escuche el niño) "Y Iaio?". Puso cara de no tengo la más puta idea y me contestó: voy a ver si está en el auto. Fueron unos minutos donde recé para que vuelva con él abajo el brazo. Porque mi hijo adora a Iaio, pero ahí me di cuenta de que yo también lo quiero. Por infinitas razones que no escribo para no aburrir, pero resulta que yo lo quiero a Iaio, y me partía el alma pensar que no lo iba a ver nunca más.
No volvió. Apareció mi marido, solo y preocupado. Fui a la recepción (donde hacía solamente 3 horas los había mandado a la concha de su madre ida y vuelta y los había tratado de estafadores y truchos) a preguntarles si lo habían visto. A implorarles que me den la llave de la cabaña que habíamos rechazado diciéndoles en su propia cara este lugar es una mierda. Volví, entré y no estaba. Revisé el camino, de noche, pensando en Iaio abandonado en un yuyal, atravesado por los rosales descontrolados del complejo. Meado por algún animal. Miré abajo de todos los autos. Nada. Se nos cayó en la calle, pensé. Iaio fue. Estará destripado por las ruedas de un camión, lo habrá raptado otra familia, ojalá quien cuernos sea que lo tiene lo esté tratando bien. Lo querrán? Lo cuidarán?
Y faltaba lo peor: decirle a nuestro hijo que quizás Iaio no iba a volver. Que con mucha suerte podríamos comprar otro, pero en el fondo todos sabíamos que no iba a ser lo mismo. Que Iaio, el auténtico Iaio, era uno solo...y quien sabe quién lo tenía.
En esto pensaba cuando mi marido me dice: volvamos a ver si está donde almorzamos. Te parece? no lo tenía cuando bajamos del auto, ni en pedo está ahí. Se cayó, se perdió quien sabe donde, fue...pensemos un plan B. Pero si algo tiene de bueno mi marido es que insiste, no se rinde así nomás y por eso las cosas siempre tienen oportunidades. Ahí fuimos, medio en pijama, y preparando el terreno ante la posibilidad de que no estuviera en ninguna parte. Bajé al
lugar como una tromba, pregunté si nos habíamos olvidado algo como quien busca un pariente en una lista de sobrevivientes y me mandaron a la caja. No alcancé a terminar la frase cuando el chico dijo "es este?" y sacó a Iaio de abajo del mostrador, que me miraba con sus mismos ojos asombrados como diciendo: hijos de puta no se dieron cuenta que me dejaron acá? y les juro que me emocioné. Salí corriendo con el muñeco en brazos, agitándolo como loca para que mi hijo lo viera desde el asiento de atrás del auto y con una sonrisa que, a pesar de la noche y la casi media cuadra que nos separaban, le iluminaba todos los dientes.
Y así, gracias a Iaio, desde ese preciso instante, Bariloche fue más lindo.