Estaba cocinando y el Ipod le regaló el playlist aleatorio más lindo que alguna vez hubiese podido armar sin ayuda. Su hijo jugaba solo y por un largo rato no le pidió nada. Terminaba un día despejado y ventoso, de esos que te hacen tener el pelo lindo, entonces pensó que no va a llover. Increíblemente, quince horas después, el aire empezó a cargarse, el cielo se puso negro y algún refucilo perdido avisó que quizás en breve se vendría el mundo abajo.
Y ahora llueve, se puso oscuro como si fueran las siete siendo las once y media y después volvió a aclarar. Y trabajando desde casa se puede tener el beneficio de dejarse puestas las mismas calzas con las que se fue al gimnasio a las 8 y media "total me baño a la noche" para aplastar el laborioso traste en una silla frente a la notebook estratégicamente ubicada en la cocina y, entre llamado y llamado, entre mail y mail, poner un total de cuatro lavarropas, batir récords en litros de mate, hacer comida para mediodía y noche - tratando de calcular de más así sobra un poco para mañana - leer de ojito un libro online, y tratar de acordarse de poner pausa cada tanto porque queda poco serio atender el teléfono con ciertas canciones de fondo. Ni con el centrifugado.
Poner en marcha la fanfarria
Hace 1 semana