miércoles, 24 de febrero de 2010

Rumba, mueve tu rumba sí

Mas o menos hubo unos quince o veinte minutos de silencio. Como lo había dejado abajo solo con un par de hojas y una birome cada tanto le preguntaba "no estás escribiendo el sillón, no?" "no" me contestaba. "No estás escribiendo la mesa, no?" "no" insistía.

Al rato me llama:

-Vení mamá, mirá lo que estoy dibujando! Dale mamá, mirá, hice la A. Vení a ver!

Bajo y lo encuentro con una A casi perfecta en el papel y los brazos todos escritos del codo para abajo como si se hubiera tatuado un tribal.

- Que linda!! está buenísima, te felicito!- le digo, poniéndole onda. Y enseguida, un poco más seria, le pregunto:

- Y ahí, que te pasó que te escribiste todo?
- Ah, sí. Me escribí así porque ahora estoy igual al nene de la tele, ese del brazo pintado.

Saben quién es el nene del brazo pintado?

Sí. El mismísimo Ricardo Fort.

jueves, 18 de febrero de 2010

Wadu Wadu

Hoy es sábado a la noche y no te paso a buscar. Voy a terminar un post que empecé hace como tres días. A fines de enero hizo un año que no trabajo más. Mucha gente me decía que estaba loca, que se me iba a atrofiar la cabeza, que qué pensaba hacer en todo el día, que me iba a embolar, que iba a extrañar. Que era una pelotuda. Que ya me iba a arrepentir. Que me busque una actividad. Que "algo de pocas horas". Que si pensaba seguir de vacaciones.

Ninguna de estas cosas pasó. Hay muchas personas que piensan que si no tenés actividad remunerada sos poco más que una mamerta, pero lamento informarles que en mi caso no fue así, no me convertí en una persona menos interesante o menos pensante porque dejé de ser empleada. Sí reconozco que al bajar el nivel de actividad tus decibeles avanzan a otro ritmo, y capaz estoy más reposada, más callada, pero también más reflexiva. Y con una claridad nueva que hace un tiempo no tenía. Y una seguridad que a veces me asusta. Y tengo una responsabilidad enorme que no quiero delegar. Quizás tenga que ver con algunos aspectos de mi historia personal, pero en cuestiones de crianza prefiero estar lo más conectada posible. Podría interpretarse como que soy una madre obsesiva que no deja al hijo ni a sol ni a sombra, pero quizás los que me conocen en persona sabrán opinar un poco mejor. No quiero estarle encima todo el día. Trabajo para que él tenga sus espacios. Pero no me gusta que esté solo.

No me aburro. Mejor dicho, me aburro muchísimo menos de lo que me aburría en mi ex trabajo. Retomé algunos deportes que tenía abandonados, tengo vida social en el lugar donde vivo, conocí gente divertida y con la que la paso bien. Y además me gusta estar en casa, así que no me quejo. Tengo a mis padres cerca y puedo disfrutar de ellos cuando quiero.

Cuando me preguntan si extraño, la primera respuesta es un no rotundo. Hoy no te cambio esta vida por la anterior (más adelante no sé, no escupo para arriba). Pero hay cosas que sí extraño. Ojo, también influye que la empresa en la que trabajé no existe más. A lo poco que quedaba de ella la terminó de absorber otra ocho meses después de que yo me fui. A veces, cuando me embronco con algunas personas, pienso que si hubiese aguantado un poquito más algunos arreglos podrían haber sido mejores. Pero también pienso en lo terrible que debe haber sido quedarse hasta el último día a levantar todo. Los que estaban me contaron que lloraron como chicos. Fue muy triste. Pero, paradójicamente, también es aliviador saber que las situaciones que sé que extraño no van a volver a ocurrir, esté o no esté. No me estoy perdiendo de nada.

Les voy a contar lo que extraño, y -por primera vez en la vida de mis blogs que ya llevan casi 5 años- voy a dar nombres, porque ojalá me lean y se enteren de cuánto los quiero. Y cuánto me gustó estar con ellos esos ocho años, que fue la cantidad de tiempo más larga que pasé en una misma empresa. Con ellos y con los que no nombro porque serían muchos y este post está escrito en dos tandas porque cuando lo empecé me terminé lagrimeando y no daba. Si me reconocen espero no sean tan giles de dejar un comentario con mi nombre y apellido, eh. Mandenme un mail y preguntenme, che, así que vos sos Verte? (quedamoasí?)

Extraño las charlas con Guille, las teorías que enunciaba desde mucho antes de que existieran las máximas de un hombre cualquiera. Los mates de Claudia. Las llamadas de los vendedores del interior y llorar de la risa durante horas de cualquier pelotudez. Los almuerzos de las reuniones de venta. Los viajes de trabajo y esa sensación de andar sin marido e hijos por la vida pero sabiendo que los tenés. A Mariana cuando te atendía el teléfono y te decía (de mínima) "que querés? hablar con el forroputohijodemiputascogidoporunburropijudoargolludopajero de mi jefe?. No sabés lo que me hizo hoy....blablablablablaaa" El comedor de la oficina vieja. El parque divino que tenía. A Gastón cuando era el pendejo más pila del universo entero y no se había dejado llevar por la ambición de ser cabeza de ratón. A los chicos del estudio, los eventos y como nos divertíamos preparándolos. A Diego cuando le lavó la cabeza a las modelos con el agua de las salchichas. A Luis a veces, cuando me asaltan los recuerdos del viaje a San Pablo y lo copado que era cuando se sacaba la tensión de encima. El recibo de sueldo (o que se piensan, tan despojada no estoy).
Pero no volvería. Es un capítulo cerrado en mi vida. Una etapa que ya pasó, que tuvo muchas cosas buenas pero que mi cabeza no está hoy en sintonía para retomarla. Es, salvando las distancias, como cuando estás casada y te acordás de lo lindo que era tener el control remoto para vos sola, o como cuando tenés hijos y pensás "que bueno que era poder irme a dormir cuando quería". Estaba bueno, pero ahora que le encontré la vuelta, esto está mejor.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Mi farmacia amiga

En mi barrio hay una farmacia donde compro casi todo lo que consumo desde que abrió, hará unos 5 años. He comprado de todo: medicamentos para la fertilidad, heparina, gammaglobulina, miso*pros*tol, enemas, frasco estéril, gotas para la nariz, más o menos veinticinco evatest, cremas para la celulitis, aminoácidos para modelar el cuerpo, vitaminas varias, ácido fólico, aspirineta, chupetes, mamaderas, vasitos avent, factor AG, antibióticos, ventolín, aerocámara, corticoides, me di como cuatro antitetánicas, compré supositorios, dos nebulizadores a falta de uno....muchas cosas. Algunas más dignas que otras, por supuesto.
Así que, sin ser médicos, saben muchas cosas de mí: que a pesar de que tengo un hijo me cuesta un huevo tener más, que batallo contra la celulitis y la hija de puta me gana siempre, que alguna vez tuve que expulsar un embrión muerto, que no me queda otra que meterme cosas en el traste en determinadas situaciones de mi vida, que tengo embarazos psicológicos muy seguido, que soy RH negativo, que mi hijo de bebé se la pasaba con broncoespasmo, que tengo trombofilia y tomo medicación crónica, supondrán que vivo haciéndome análisis de orina y que encima meo de a medio litro por vez (en realidad los frascos son para mi marido que se hace espermogramas pobre y siempre me pide el grande porque "me raspa la punta"), que soy una boluda que cuando no me operan me vivo lastimando(ahora los cagué porque me puse la antitetánica que dura 10 años). Y que soy adicta al nariguetazo de Dazolín (o de Lidil, si está en falta).
Ahora, que habiendo tres empleadas mujeres y un solo hombre y cuando vayas a comprar un Gyno Empecid tengas que hacerte la boluda como cuando un hombre va a comprar forros para que no te atienda el tipo...es too much. Puedo aguantar que sepan cualquier cosa de mí. Cualquiera eh? Pero que me estoy muriendo de la picazón "allá abajo" es como demasiado.

domingo, 7 de febrero de 2010

Ya casi dando vuelta la esquina de las vacaciones una combinación de rutas cuidadosamente elegida para evitar el ripio nos lleva de San Martín de los Andes a Bariloche. Marido, hijo, yo y no olvidar autitos y los "amigos": Bubba, Lucas, perro, sapo y iaio. Todos desparramados en diferentes bolsos y valijas, menos iaio que a esta altura no entraba en ningún lado e hizo gran parte de los traslados a upa de su dueño. Además Iaio se lo merece porque es el más especial entre todos los amigos.
Llegamos a un Bariloche que nunca se enteró que ya arrancó el siglo XXI. El mismo pulover (porque se decía pulover) con guarda de trineos y muñecos de nieve del año del culo, los mismos hoteles que cuando fui de viaje de egresados en el 88 y un centro lleno de gente, de autos y de quilombo. Creo que hasta el San Bernardo con el que te sacaban la foto es el mismo, por Dios....a qué vienen los brasileros? en invierno te la entiendo, vienen a la nieve, pero en enero?? qué hacés acá? si querés ir al casino arrimate hasta el Conrad, ratón, que además te queda más cerca. Bueno, nada....hinchados las bolas, sería el viaje, la ruta, el cansancio, el hambre, el check in que no se podía hacer hasta las cuatro, qué hacemos? comamos. Lugar lindo (moderno, fundamental) con surtido de revistas y comida abundante. Hicimos base unas horas y partimos a instalarnos al que sería nuestro hogar por los próximos cinco días. Sí. Violando mi propia máxima que reza "no pararás en lugares cuya página web esté formada por html en más de un 70%" le pagamos por adelantado a esos hijos de un vagón lleno de putas. Llegamos y el parque era un páramo, un matorral de plantas que hace años que nadie poda, entre canteros que nadie puntea y pasto que nadie corta. El desayuno no estaba incluido y la cabaña era la poronga más atómica que vi en mi vida: una escalera ideal para que tu hijo de 3 años tiente al destino, una alfombra azul, gastada y sucia que ni bien la vi pensé no te la piso descalza ni en pedo y la cocina en una especie de subsuelo. Ah, el dormitorio principal tenía dos camitas de una plaza. La recalcada concha de tu hermana Rupu Pehuen. Hace 25 años que no le ponés un mango al complejo, dueño sorete, que ladrón que sos.
Nos peleamos a muerte con la recepcionista, la gerente y quien se nos cruzara por delante. Nos ofrecieron cambiarnos a otra cabaña donde ni siquiera andaba la luz (un "spot" ochentoso, que sumado a la pared pintada de verde esmeralda quedaba más lindo que la mierda). En llamas, exigimos que nos devuelvan la plata y lo único que logramos fue un upgrade a una cabaña más grande, en buen estado y cómoda, pero donde igual dormíamos todos juntos porque la escalera era un peligro.
A las once de la noche, después de haber vivido todo esto y de parar en la Anónima a comprar provisiones, cocinar algo, devorarlo y bañarnos los tres se ve que en un repaso mental involuntario de las cosas que traíamos me acordé: Y Iaio? Habíamos bajado las valijas del auto y no lo vi. Desarmado algunas cosas y no lo vi. Con los otros amigos no estaba, con los autos tampoco, y ahí fue cuando le pregunté a mi marido (en voz bajita para que no escuche el niño) "Y Iaio?". Puso cara de no tengo la más puta idea y me contestó: voy a ver si está en el auto. Fueron unos minutos donde recé para que vuelva con él abajo el brazo. Porque mi hijo adora a Iaio, pero ahí me di cuenta de que yo también lo quiero. Por infinitas razones que no escribo para no aburrir, pero resulta que yo lo quiero a Iaio, y me partía el alma pensar que no lo iba a ver nunca más.
No volvió. Apareció mi marido, solo y preocupado. Fui a la recepción (donde hacía solamente 3 horas los había mandado a la concha de su madre ida y vuelta y los había tratado de estafadores y truchos) a preguntarles si lo habían visto. A implorarles que me den la llave de la cabaña que habíamos rechazado diciéndoles en su propia cara este lugar es una mierda. Volví, entré y no estaba. Revisé el camino, de noche, pensando en Iaio abandonado en un yuyal, atravesado por los rosales descontrolados del complejo. Meado por algún animal. Miré abajo de todos los autos. Nada. Se nos cayó en la calle, pensé. Iaio fue. Estará destripado por las ruedas de un camión, lo habrá raptado otra familia, ojalá quien cuernos sea que lo tiene lo esté tratando bien. Lo querrán? Lo cuidarán?
Y faltaba lo peor: decirle a nuestro hijo que quizás Iaio no iba a volver. Que con mucha suerte podríamos comprar otro, pero en el fondo todos sabíamos que no iba a ser lo mismo. Que Iaio, el auténtico Iaio, era uno solo...y quien sabe quién lo tenía.
En esto pensaba cuando mi marido me dice: volvamos a ver si está donde almorzamos. Te parece? no lo tenía cuando bajamos del auto, ni en pedo está ahí. Se cayó, se perdió quien sabe donde, fue...pensemos un plan B. Pero si algo tiene de bueno mi marido es que insiste, no se rinde así nomás y por eso las cosas siempre tienen oportunidades. Ahí fuimos, medio en pijama, y preparando el terreno ante la posibilidad de que no estuviera en ninguna parte. Bajé al lugar como una tromba, pregunté si nos habíamos olvidado algo como quien busca un pariente en una lista de sobrevivientes y me mandaron a la caja. No alcancé a terminar la frase cuando el chico dijo "es este?" y sacó a Iaio de abajo del mostrador, que me miraba con sus mismos ojos asombrados como diciendo: hijos de puta no se dieron cuenta que me dejaron acá? y les juro que me emocioné. Salí corriendo con el muñeco en brazos, agitándolo como loca para que mi hijo lo viera desde el asiento de atrás del auto y con una sonrisa que, a pesar de la noche y la casi media cuadra que nos separaban, le iluminaba todos los dientes.
Y así, gracias a Iaio, desde ese preciso instante, Bariloche fue más lindo.

 

Desenvolvido por EMPORIUM DIGITAL